segunda-feira, 22 de novembro de 2010

Bolivarismo y marxismo, un compromiso con lo imposible (Segunda parte)



¿Cuáles son las «afinidades electivas» entre la tradición del marxismo revolucionario y la utopía emancipadora de los libertadores latinoamericanos? ¿Cómo comprender a Marx desde los desafíos actuales de Nuestra América? ¿Será útil el autor de El Capital para la revolución y el socialismo del siglo XXI? (Segunda parte)

Bolivarismo y Marxismo: utopía como visión de futuro

En Bolívar primero que en Marx la visión de futuro estuvo presente como constante; como perspectiva de lo histórico que no se prevé consumido en la propia época que se está viviendo sino que plantea la acción para un prospecto que siempre va más allá, trascendiendo, aún si las circunstancias parecieran adversas para su concreción en el largo plazo. Y no es que Bolívar o Marx no hubiesen trazado horizontes inmediatos también; sí, pero como etapas a ser agotadas en el camino a seguir en busca de horizontes de futuro en los que preveían las sociedades fecundas erigidas sobre el terreno de la igualdad y la democracia. Por ejemplo, para el caso del Libertador, el de una gran patria continental con proyección ecuménica, no para avasallar sino para liberar: ” Volando por entre las próximas edades, mi imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo, la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado y me parece que ya la veo en el corazón del universo, extendiéndose sobre sus dilatadas costas, entre esos océanos que la naturaleza había separado, y que nuestra Patria reúne con prolongados, y anchurosos canales. Ya la veo servir de lazo, de centro, de emporio, a la familia humana: ya la veo enviando a todos los recintos de la tierra los tesoros que abrigan sus montañas de plata y de oro; ya la veo distribuyendo por sus divinas plantas la salud y la vida a los hombres dolientes del antiguo universo; ya la veo comunicando sus preciosos secretos a los sabios que ignoran cuán superior es la suma de las luces, a la suma de las riquezas, que le ha prodigado la naturaleza. Ya la veo sentada sobre el Trono de la Libertad, empuñando el cetro de la Justicia, coronada por la Gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno”, (BOLÍVAR, Simón. Discurso ante el Congreso de Angostura).


Tanto en Bolívar como en Marx, no hay pesimismo en el futuro, quizás podría haber en su propio presente decepción y contrariedades producto de la in-concreción de lo inmediato, pero no para el futuro.


Esa es, tal vez, una de las más ricas herencias para los revolucionarios: los elementos para hacer la aprehensión de que frente al peligro en que el imperialismo ha puesto la existencia misma del planeta bosquejando un desarrollismo de catástrofe, no vale de nada la incertidumbre y el silencio, pues frente a los grandes retos, son necesarias las grandes determinaciones, la triple audacia…, la acción que supere el determinismo reivindicando el papel de la subjetividad, la pasión, la audacia, la temeridad y la fe en la iniciativa de las masas aún frente a la inminencia de la “derrota”; porque es que ésta, aun presentándose, en el revolucionario verdadero no se torna en derrota como capitulación hacia la domesticación, la sumisión y el arrepentimiento del propósito, que es lo que pretende el enemigo de clase enrostrando la caída de muchos proyectos “socialistas” o que pretendieron serlo, para en el seno de las izquierdas sembrar el pesimismo, tal como efectivamente lo han conseguido en muchos sectores otrora revolucionarios, y especialmente dentro de esa llamada intelectualidad “progresista”. Han puesto a estos elementos a jugar su asqueroso papel de apóstatas, teorizando sobre la idea engañosa de que nos enfrentamos a un universo que respecto al de unas décadas atrás es radicalmente distinto, en el sentido de que esto implica, entonces, nuevas coordenadas para la acción, nuevas formas de pensamiento; es decir, el abandono de las formas del pensamiento y de la acción política propias de la “era moderna”, pues estamos en la “post-modernidad”. Por tanto, digamos adiós al marxismo y a esa “quimera” que es el socialismo; y en la misma línea, “con mayor razón”, digamos adiós a ese pensamiento “trasnochado” que se compendia en el bolivarismo y es su ideal de Patria Grande.


En el ámbito de la conciencia revolucionaria esto es impensable. Si somos verdaderos marxistas y bolivarianos, aún en las peores circunstancias, nuestra utopía de socialismo y Patria Grande, ha de denotar la mayor fortaleza moral, inquebrantable como la moral del Bolívar de 1812, que derrotado en Puerto Cabello resurge en la Campaña Admirable…, como el Bolívar posterior a cada uno de los fracasos en su brega por expulsar al imperio español de Nuestra América, que de cada adversidad emerge “como el sol, brotando rayos por todas partes”.


Recordémoslo a Bolívar, solamente para ilustrar la moral sublime que atañe la utopía revolucionaria frente a los descalabros, cuando en un momento extremadamente difícil en que en el Perú tomaba fuerza la contrarrevolución porque Torre Tagle y Riva Agüero, con el pleno apoyo de la oligarquía, habían traicionado la causa independentista pasando con hombres y armas, al ejército español, entonces casi moribundo en Pativilca extrema su fe en la victoria. El mismo Sucre, héroe de Ayacucho, a quien el Libertador consideraba el más valioso de sus oficiales aconsejaba en aquella circunstancia desfavorable “evacuar el Perú”, con el fin de “conservar (Colombia) la más preciosa parte de nuestros sacrificios”. No obstante la descripción que hace Joaquín Mosquera de su encuentro con el Libertador nos da la claridad de porqué Pablo Morillo, el “pacificador” español decía que Bolívar “es más peligro vencido que vencedor”, o que “Bolívar es la revolución”. Dice Mosquera, que estando de paso en misión diplomática hacia Chile, se entrevistó con Bolívar en Pativilca y le encontró en lamentables condiciones; “… tan flaco y extenuado (…) sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones de jean, que le dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil, su semblante cadavérico (…) y con el corazón oprimido (…)”. Mosquera viéndolo en aquella situación lastimera le preguntó: “¿Y qué piensa hacer usted ahora?”. Bolívar, entonces “avivando sus ojos huecos, y con tono decidido, me contestó: ‘¡Triunfar!”. (LIÉVANO AGUIRRE, Indalecio: “Bolívar”. Caracas, 1974, p. 323)

Fue bajo aquellas mimas terribles circunstancias que expresó también: “mi consigna es morir o triunfar en el Perú” (Ídem., p. 327).

Y no ocurrió lo primero: en el año 1825 el ejército del Libertador, con sus armas de infantería, caballería, artillería y marina recompuestas, fue la primera potencia militar de América.

Para el caso de Marx y del marxismo, se puede observar el significado de la utopía, en la reivindicación que Marx hiciera de la misma respecto a la situación concreta de lo vivido por los obreros parisinos de 1870, o en la reflexión que Lenin concibiera en relación con la situación de los revolucionarios rusos de 1905.


En el primer caso, Marx toma el ejemplo de la Comuna de París para hacer planteamientos de fondo que incluso le llevan a variar puntos de vista plasmados en el Manifiesto Comunista. El levantamiento de 1871, logró enorme admiración en diversos aspectos, como el de “la destrucción del Estado parásito”, suscitando además el que se asumiera la esencia del Programa y los objetivos de los revolucionarios parisinos.


Y en el segundo caso, la reivindicación de la utopía se percibe en la crítica de Lenin a Plejánov por sus sermones y querellas contra quienes se atrevieron a hacer el levantamiento: “no había que haber tomado las armas”, decían. Pero en justa argumentación de rescate del papel de la subjetividad, del romanticismo si se quiere…, y en contra del malentendido o mal asumido “materialismo”, que descalifica a quienes lo arriesgaron todo por la opción de la dignidad, Lenin pondera a los revolucionarios de 1905 rescatando la posición de Marx en cuanto a la admiración que le generó el intento de los comuneros parisinos de “tomar el cielo por asalto”. Como Marx, Lenin también toma partido por la Comuna de París con todo y su “fracaso” y asume la “derrota” del levantamiento de 1905 en su dimensión positivamente ejemplificante.


En los mencionados casos, como cuando el Che de la Higuera que frente a sus captores dice que aún esa, su “derrota”, puede ser el factor que estremezca la conciencia del pueblo boliviano, en lo que se mira es en el ejemplo que la acción altruista del hombre puede cimentar en pro de la conquista del futuro mejor.


A propósito de la Comuna de París, Marx había escrito que: “La canalla burguesa de Versalles, puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de un número cualquiera de ‘jefes’.”

Palabras estas que son reafirmación de la confianza absoluta en el ímpetu que puede ser el ejemplo de los revolucionarios: “Tomar el cielo por asalto”, al menos intentarlo, en rompimiento con cualquier ortodoxia estéril, contra cualquier “objetivismo” inútil. En fin, “ser realistas, haciendo lo imposible”, como en la determinación de ascender los Andes y contra todo pronóstico triunfar; es decir “hacer lo imposible porque de lo posible se encargan los demás todos los día”.

La negación de la utopía

¿A quién conviene la negación de la utopía?, ¿a quién conviene cercenar los sueños y las energías para luchar por una sociedad sin explotadores ni explotados, en dignidad, justicia y felicidad, cuando lo que requiere el destino de la humanidad, por el inminente peligro de sobrevivencia que ha impuesto el imperialismo, es su fortalecimiento, hoy más que nuca?

Negar la utopía es negar la posibilidad creadora del ser humano, y sobre manera, la posibilidad transformadora, revolucionaria de ese mismo ser humano.

Hoy en día, acabar con la humanidad, realizar ese desastre antes inimaginable, está dentro de todas las posibilidades científicas, pero quienes nos negamos a creer que el carácter natural del hombre es ser lobo del propio hombre, estamos en el deber de sostener y luchar por la utopía no sólo de la existencia del ser humano y de la naturaleza, sino de su mejor estar en condiciones de colaboración, ayuda mutua y felicidad. Así, la esencia del problema está totalmente evidenciada para el presente: “Comunismo o Caos”.

Lo que está en juego es la supervivencia misma de la especie humana, de la vida y de la naturaleza en general por cuenta del poder destructor del capitalismo. Pero para hacer florecer la alternativa del comunismo, no deberemos esperar pacientemente en la inacción el fin automático del capitalismo; la intervención consciente de la humanidad es una necesidad y un deber impostergable que exige de los revolucionarios la conjugación de la utopía en la praxis liberadora, a cualquier costo.

Entre los revolucionarios farianos la utopía del marxismo, como la utopía del bolivarismo coinciden en lo fundamental con ese propósito imperecedero que es el de la justicia social en condiciones de libertad y dignidad.

En el caso del ideario bolivariano, no obstante, si bien sus líneas esenciales no alcanzan la definición estricta del socialismo según su definición más decantada, sienta sí las necesarias bases para su construcción desde una perspectiva indoamericana, que comporta desenvolver un proceso de unificación continental emancipatoria, con el convencimiento de que su consecución depende exclusivamente de la propia humanidad, pero sobre todo de los revolucionarios, de los Quijotes; o sea, de los hombres como debieran ser. No de “el hombre tal cual es”, el del dominio de lo efímero, el de la realidad transitoria que expresa el Gil Blas al que alude el moribundo Bolívar de Santa Marta. Necesitamos en suma al hombre decidido a soñar, a hacer utopía de lo posible y de lo “imposible”, dispuesto a conquista el ideal con locura si se quiere, locura creadora, aleccionadora, paradigmática, según lo asume el mismo Libertador, quien como diría Juvenal Herrera Torres, el insigne historiador y poeta grancolombiano, “a la manera de don Quijote, condujo a nuestro pueblo, ese Sancho multitudinario, hasta fusionarse en un todo y confundirse en un mismo galope épico hacia la conquista de la utopía. ¡Qué locura! ¡Esta es la locura que hace falta para que la humanidad avance, cuando la cordura es vegetar pasivamente como esclavos siervos! ¡Siempre se ha llamado locura a lo que se sale de lo común!”.

He ahí, entonces, que en el revolucionario, según tal concepción, se compendian el pensamiento y la acción consecuente; se trata del hombre que actúa como piensa, del hombre que redime la utopía; ó, según ejemplifica el Libertador, tal como Cristo, Don Quijote y él mismo…, los majaderos, los necios de la historia. Es decir, el tipo de hombre tal como debiera ser, el hombre que, para el presente, frente a la inminencia del caos capitalista se enfrenta a la opresión para contribuir en la forjación del mundo diferente, así no esté en posibilidad de disfrutarlo para sí mismo.

Esta no es tarea sencilla, porque acabar con la utopía, acabar con los sueños redentores del ser humano, ha sido también el propósito de los que vociferan sobre el fin de la historia y la muerte de las Ideologías, tratando de persuadirnos de la instauración del capitalismo como estadio superior del desarrollo humano, convirtiéndonos hasta siempre en inmenso rebaño de consumidores pasivos, de militantes mansos del fatalismo nihilista.

Pero resulta que el trasegar del verdadero revolucionario, quien ante todo debe ser constructor de futuro, está definido por el optimismo como condición de la marcha de la historia.

Sentido histórico de la utopía

Día a día deberemos luchar por que las fuerzas productivas no se conviertan en las fuerzas que destruirán el orbe, mostrando que mientras exista la conciencia revolucionaria la posibilidad del deber ser ha de tener toda la energía utópica que la hace conciencia histórica que transitará ineluctablemente hacia una sociedad sin explotadores ni explotados.


Dentro de esta concepción, ni siquiera es admisible el fin de un determinado tipo de utopía, de una utopía en concreto, por la sencilla razón de que, en el sentido expresado, la utopía, aunque se presente con características diversas en momentos diferentes, tal como la historia, lo que hace es adquirir nuevos estadios de desarrollo humanizante, nuevas dimensiones, pero no finalización.


Admitir el fin de la utopía, sería como admitir la posibilidad del fin de la historia.


Podríamos plantear superar el ideario de los socialistas utópicos, como era la intención de la crítica marxista; podríamos plantear superar -no negar-, también, los propósitos y metas del socialismo científico; o, más sencillo aún, los ideales y metas del, en gran medida fracasado, socialismo real; o podríamos seguir propugnado por la sociedad del trabajo como utopía, o también persistir, como Marcuse en los años 60, en que ha llegado el momento histórico en el que es posible construir una sociedad libre porque el desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado el nivel que permitiría erradicar el hambre y la miseria, y así concluir que entonces ese propósito en el mundo dejaba de ser un “sueño utópico”. Se podría, diríamos entonces, atendiendo a esta última concepción, edificar una civilización no represiva porque hay las condiciones para ello y de ahí, pues, tener la evidencia del final Marcuseano del la utopía; un fin que significa “que las nuevas posibilidades de una sociedad humana y de su mundo circundante están dadas…, pero fuera del mismo continuo histórico respecto a la sociedad anterior” (MARCUSE, Herbert: El fin de la utopía. Planeta Editores. Barcelona 1986, p. 7).


Pero en el sentido revolucionario, bolivariano y marxista, ciertamente la utopía está en su propio continuo de cambio dialéctico que, por mucha ruptura o cambio radical que tenga, conlleva ilación con el pasado. No puede ser un concepto estático sino cambiante en sus contenidos proposicionales, los cuales al mismo tiempo no deben ser ataduras a formas ineludibles de experiencias, como las fracasadas del llamado socialismo real, por ejemplo, sino que lo que implican es hacer superación retomando lo positivo de cada realización.


En conclusión, el sentido histórico de la utopía y del “hacer lo imposible”, estaría referido a ideales de transformación social que quizás no tengan aún en su favor los factores subjetivos y objetivos de una determinada situación…; no contengan, digamos, las condiciones de madurez como podría ocurrir en tiempo de Bolívar con la construcción de la Patria Grande, o en tiempos de La Comuna Parisina con la materialización del comunismo, o aún ni en los tiempos del siglo XX en los que se intentaron modelos de “socialismo” muchos de los cuales no cristalizaron reflejando consecuencia o siquiera suficiencia o aproximación respecto al genuino ideal marxista, para perdurar y transitar hacia estadios superiores. Pero de ninguna manera es la utopía la acción contra-natura o anti-histórica. Nada hay que nos indique lo contra-natura o lo anti-histórico del la utopía del socialismo y la Patria Grande como síntesis del la integración bolivarismo-marxismo de nuestros días, por ejemplo.

Esa Utopía llamada América Nuestra

Cuando retomamos el “hacer lo imposible”, su sentido radica, entonces, en el plano de la provisionalidad y hasta de la dificultad extrema, que implican en la mente del revolucionario “no quedarse sentado esperando a que pase frente a la casa el cadáver del imperialismo”, según el conocido adagio de la Segunda Declaración de la Habana que busca significar aquello de que las condiciones objetivas y subjetivas, no se esperan venidas quien sabe de dónde para luego actuar, sino que se cataliza su presencia con la acción.


Al respecto, cuando los revolucionario cubanos deciden el asalto al Cuartel Moncada, o cuando posteriormente emprenden el viaje del Granma, aunque era evidente que las condiciones materiales de un levantamiento en contra de la explotación capitalista en la mayor de la Antillas estaban dadas, quizás no era previsible aún, que fraguara el levantamiento insurreccional a favor de la instauración del socialismo; no obstante, con osadía, valor y convencimiento se emprendió el camino hacia “el asalto de los cielos”. El resto de la historia es suficientemente conocida. Precisamente en desenvolvimiento práctico de la utopía marxista -que no culminó con el derrocamiento de Batista sino que se potenció en cuanto a aspirar a mayores propósitos altruistas-, aquellos compañeros, luego de haber tomado el poder por la vía de una heroica insurrección armada, en un magnífico documento titulado Primera Declaración de la Habana, levantaban su voz contra el imperialismo y a favor de los intereses más sentidos de los explotados del mundo.


Este documento había surgido en réplica a la llamada “Declaración de San José de Costa Rica”, que no era otra cosa que un papelucho anticomunista surgido contra cuba desde esa cloaca pestilente que es la OEA.


El 2 de septiembre de 1960, evocando esa constelación de la conciencia nuestramericana que es José Martí, la Primera Declaración de la Habana condena al imperialismo que con “la sumisión miserable de gobernantes traidores, ha convertido, a lo largo de más de cien años a nuestra América, la América que Bolívar, Hidalgo, Juárez, San Martín, O’Higgins, Tiradentes, Sucre, Martí, quisieron libre, en zona de explotación, en traspatio del imperio financiero y político yanqui […]”.
[…]

“Proclama el latinoamericanismo liberador”, en oposición “al panemiricanismo que es solo predominio de los monopolios yanquis sobre los intereses de nuestros pueblos” y rechaza “… el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera José Martí, ‘para extender el dominio en América’ de los imperialistas voraces, para inyectar mejor el veneno también denunciado a tiempo por José Martí, ‘el veneno de los empréstitos de los canales, de los ferrocarriles”.

Se cierra aquella declaración valerosa reafirmando que “la América Latina marchará pronto, unida y vencedora, libre de las ataduras que convierten sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano, y que le impiden hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados, hacen de coro infamante al amo despótico”.

Poco tiempo después, ante otra de las tantas egresiones de esa sirvienta de Washington que es la OEA, desde Cuba surgió la Segunda Declaración de la Habana. Nuevamente contra el imperialismo y los poderosos explotadores de la tierra, desde aquel “Territorio libre de América”, se hizo escuchar la voz de la dignidad. Era el 4 de febrero de 1962:

[…]
“El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo […]”.

Y a favor de los oprimidos señalaba:

[…]
“ Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia […]”.

[…]
“Porque esta gran humanidad ha dicho: ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera, irrenunciable independencia”.

[…]

Muchos revolucionarios en el continente convencidos de que “no había que quedarse sentados esperando a ver pasar el cadáver del imperialismo” emprendieron y otros continuaron, con mayor determinación, esa senda de la redención humana que es la lucha por el socialismo, no sin tomar en cuenta el ejemplo de la revolución cubana y sus postulados que venían a nutrir el ideario marxista con la vivificante savia del pensamiento martiano y latinoamericano en general. En Colombia, por ejemplo, donde la resistencia armada comunista cumplía más de una década de iniciada, con la conducción del legendario guerrillero Manuel Marulanda Vélez, hacia 1964 se logra gran cohesión insurgente con la fundación de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionaria de Colombia. Para entonces, este naciente ejército revolucionario había proclamado, incluso antes de su fecha simbólica de fundación establecida el 27 de mayo, en el fragor de los combates suscitados como consecuencia de la agresión militar gubernamental contra Marquetalia, su Programa Agrario.

En este documento, cuyo aspecto central es el planteamiento de una “reforma agraria revolucionaria”, se dejaba en claro la idea sobre la construcción de un “Frente Único del Pueblo” que destruyera la vieja estructura latifundista de Colombia y lograra el establecimiento de un gobierno de “liberación nacional”. En el séptimo de sus puntos decía: “este programa se plantea como necesidad vital, la lucha por la forjación del más amplio frente único de todas las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias del país, para un combate permanente hasta dar en tierra con este gobierno de los imperialistas yanquis que impide la realización de los anhelos del pueblo colombiano.”

“Por eso invitamos a todos los campesinos, a todos los obreros, a todos los empleados, a todos los estudiantes, a todos los artesanos, a los pequeños industriales, a la burguesía nacional que esté dispuesta a combatir contra el imperialismo, a los intelectuales demócratas y revolucionarios, a todos los partidos políticos de izquierda o de centro que quieran un cambio en sentido del progreso, a la gran lucha revolucionaria y patriótica por una Colombia para los colombianos, por el triunfo de la revolución, por un gobierno democrático de liberación nacional”.


El Programa Agrario estaba suscrito por los guerrilleros que encabezaban la resistencia y por alrededor de un millar de campesinos.


No pasarían dos años cuando se realiza la Conferencia Constitutiva donde los insurgentes de Marulanda adoptan el nombre de FARC. En la Declaración Política de aquel evento que transcurrió entre el 25 de abril y el 5 de mayo de 1966, además de hacer la denuncia de las agresiones imperialistas contra pueblos de Asia, África y América Latina, contra la ocupación yanqui de Santo Domingo y los estragos causados en Viet Nam, y luego de resaltar la reunión de la Conferencia Tricontinental de La Habana como espacio para la acción solidaria “del mundo democrático contra los agresores imperialistas”, y “para el impulso y desarrollo del movimiento revolucionario mundial, por la paz y el progreso de las naciones”, se puso en conocimiento y se manifestó el rechazo de la guerra sucia de exterminio desatada en los campos colombianos por el imperialismo y la oligarquía, enfatizando en que la lucha es por la toma del poder. Aquella Declaración de la que se conoció también como Segunda Conferencia Guerrillera del Bloque Sur, concluye sus reflexiones con el siguiente párrafo:


“…los destacamentos guerrilleros del Bloque Sur, nos hemos unido en esta Conferencia y constituido las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (F.A.R.C.), que iniciarán una nueva etapa de lucha y de unidad con todos los revolucionarios de nuestro país, con todos los obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales, con todo nuestro pueblo, para impulsar la lucha de las grandes masas hacia la insurrección popular y la toma del poder para el pueblo.”


Marulanda combatiría durante 42 años más. Ni el enemigo ni las peores adversidades lograron su rendición. Como ningún otro revolucionario del continente, más de medio siglo trasegó por las montañas en busca de la concreción de su utopía. Día a día entregó su vida en una guerra de resistencia por lograr ese ideal de la Nueva Colombia. Su pensamiento, en desenvolvimiento de la praxis, se entregaría a denodadas reflexiones e iniciativas que traduciría en planes que permitieran abrirle paso a la construcción del ideario marxista y del ideario bolivariano. Su lucha no sólo había pasado de la reivindicación de la parcela a la causa de la revolución colombiana, sino a la causa misma de la emancipación continental y fundación del socialismo para la América Nuestra unificada en esa gran patria con la que soñara Bolívar.

Contra viento y marea, hasta el último momento de su vida, con el fusil en la mano, el 26 de marzo de 2008, Marulanda marchó hacia la eternidad convencido, indudablemente, de que no hay otro camino para la redención humana que la construcción del comunismo; partió persuadido de la vigencia, de la legitimidad y la necesidad de la insurrección armada en la brega por la establecimiento del mundo mejor sin explotadores ni explotados. Observando esa maravillosa abnegación, nos preguntaríamos con Bolívar: “¿hay mejor medio de alcanzar la libertad que luchar por ella?”

Es evidente que en la mente de revolucionarios de la talla de Marulanda, las condiciones para una revolución no son asunto al que hay que colocarle espera sino determinación de lucha para su creación. Existe un compromiso, podemos decir, de coadyuvar también desde la subjetividad a crear esas condiciones, porque según tal criterio, plenamente correcto, la conciencia, puede influir eficientemente sobre la estructura; porque, como lo pensaba Bolívar, por ejemplo, se construye la unidad mientras se va fraguando la emancipación, y se hace la emancipación mientras se forja la unidad. Y el futuro comienza ahora: “¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte los esclavos o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! ¿300 años de calma no bastan? La Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero del Congreso debe a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos” 307. ( BOLÍVAR, Simón. Discurso pronunciado en la Sociedad Patriótica de Caracas, el 4 de julio de 1811), dice Bolívar fustigando a quienes pretenden que aún no había condiciones para proclamar la independencia, cuando para él la urgencia ni siquiera era la liberación de Venezuela sino la unificación y liberación de la América toda.

¡Nuestra patria es la América! Y América es el equilibrio del universo dispuesta para el servicio de la humanidad. Esa es la utopía llena de internacionalismo, solidaridad y profundo humanismo en el pensamiento bolivariano del que era militante Manuel Marulanda Vélez, y en torno al cual formó a su ejército guerrillero.

Simón Rodríguez y la utopía del Bolivarismo

Ahora bien, que la utopía devenga en realidad, entonces, no implica su fin, sino la transformación de la utopía en una aspiración superior; una mutación de sus cualidades. Como cuando la materia logra, digamos a manera de símil, formas superiores de desarrollo, la utopía evoluciona en la medida en que adquiere realización.

Y en esto se reitera, porque es que abundan también quienes no quieren que la utopía muera, pero no en el sentido de que anhelen su permanencia vital evolutiva sino en el de no querer que se concrete su realización para que en últimas siga un sendero que conlleva al aniquilamiento de la esperanza.

Como parte de la conciencia revolucionaria, la utopía permanece conminando a una lucha constante que esté reflejando o proyectando los objetivos del futuro; llevándolos, como deber, desde el plano de la pura abstracción al plano de su realización mediante la acción a toda costa, o por lo menos a su intento de concreción en una praxis emancipadora de largo aliento.

En ese sentido, respecto al ideal de la Patria Grande, sobre la Utopía Americana, la utopía de Bolívar, podemos retomar las palabras del maestro del Libertador, don Simón Rodríguez: “Esperar que, si todos saben sus obligaciones, y conocen el interés que tienen en cumplir con ellas, todos vivirán de acuerdo, porque obrarán por principios…No es sueño ni delirio, sino filosofía…; ni el lugar donde esto se haga será imaginario, como el que se figuró el Canciller Tomas Morus: su Utopía será, en realidad, la América”, en expresión ubicada en un contexto que indica a la cultura como factor insoslayable para construir el nuevo orden social democrático y republicano, donde el bien común sea lo principal.


Pero como en el maestro Simón Rodríguez, en el Padre Libertador, aunque su ideario volaba sobre edades futuras, su construcción transformadora también tenía horizontes temporales para el momento que estaba viviendo, es decir, lo que podríamos denominar un escenario de utopía en cuanto a mayor factibilidad, pero como paso hacia un escenario de utopía superior para la cual quizás no existían aún las condiciones, pero se imponía como deber humano supremo.


Simón Rodríguez, quien sobrevivió al Libertador, escribiría, en desarrollo de lo que puede designarse como parte del ideario bolivariano, del cual el maestro es prominente fundador, ideas precisas respecto al tipo de sociedad que proyectaba, otorgando un papel fundamental a la razón y conminando a una construcción de sociedad sin calcos: “Originales han de ser las instituciones y su gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros”. Y magistralmente puntualizaba en que se debía propugnar por “una sociedad además solidaria donde lo normal sea… pensar cada uno en todos, para que todos piensen en él. Los hombres no están en el mundo para entredestruirse sino para entreayudarse”


Rodríguez en este planteamiento de la prioridad que debe tener el bien común en el ordenamiento social incluso supera a Rousseau cuando en este pensador observa y critica sus distracciones a favor del individualismo que le abre paso al utilitarismo egoísta: “el único medio de establecer la buena inteligencia es hacer que todos piensen en el bien común, y que ese bien común es la República: debemos emplear medios tan nuevos como nueva es la idea de ver por el bien común, de ver por el bien de todos” (RODRIGUEZ, Simón:”Obras Completas”. Caracas, Venezuela, 1975. T.I, p. 131).

Este aspecto blandido comporta principios propios del bolivarismo que le diferencian y le dan preponderancia a sus altruistas propósitos sociales muy superiores respecto al liberalismo burgués que, precisamente exaltaba el individualismo utilitarista en el que la propiedad privada aparece en el altar de sus adoraciones. Todo lo contrario se puede observar en el planteo del Libertado, por ejemplo, en el conjunto de su discurso ante el Congreso de Angostura donde el factor dominante es el de la solidaridad humana.

A propósito del utilitarismo, debemos precisar que cuando se produce el rechazo de Bolívar alrededor de Bentham no debe de ninguna manera, como pretenden algunos historiadores de la filosofía, aproximar tal actitud a una posición conservadora en cabeza del Libertador. Es claro que si bien los liberales granadinos y farsantes como Santander reivindicaron a este mentor del utilitarismo en desarrollo de una expresión opuesta al establecimiento hispano, en la orilla contraria de Geremías Benthan, el Libertador Bolívar no se levanta para reivindicar el provincialismo a la manera en que lo hicieron, ellos si en genuino conservadurismo, Mariano Ospina y José Eusebio Caro.

Bolívar se opuso al Benthanismo no en el aspecto de intentar como filosofía una explicación de la acción de los hombres en sociedad sin acudir a instancias “metafísicas”, sino en lo que concierne a sus aspectos representativos del individualismo burgués.


Si bien el Benthanismo significaba un divorcio con el espíritu español como nuevo patrón en las ideas éticas, en la concepción metafísica y en la teoría del derecho y del Estado representaba valoraciones antitéticas respecto a la tradición hispana, lo que representaba en esencia eran los ideales de una clase media comercial e industrial, pragmática y racionalista, aún empeñada en mantener las instituciones esclavistas y de servidumbre del régimen colonialista, a la manera como ocurría, por ejemplo, en Estados Unidos, frente a lo cual Bolívar era ferviente opositor.


Volviendo a Simón Rodríguez, apuntemos que su pensamiento se inscribe, en el proceso de estructuración del ideario bolivariano como componente fundamental de su conceptualización más profunda. Rodríguez está reconocido como un prominente pensador socialista de incuestionable influjo sobre el Libertador; y en esa dirección, es apenas natural que se diera el impacto de las ideas socialistas del maestro en la definición de la conciencia política de su discípulo.


Suele clasificarse a Rodríguez como militante del socialismo utópico, y ello para ubicar, en últimas, en el campo no científico el carácter de sus concepciones y mantener el contraste con las ideas socialistas posteriores a la publicación del Manifiesto Comunista, que sería la temporalidad que marca el surgimiento del socialismo científico, si atendemos a aquella valoración plasmada en el Anti-Dühring, en cuanto a que las teoría socialistas anteriores al Manifiesto correspondían a un período de inmadurez de la producción capitalista y del proletariado.


No obstante, reiteremos en que son antecedentes y fuente primaria de la construcción marxista, que contienen ideas de perdurable valor, de tanta profundidad y madurez como las que se refieren, por ejemplo, en el caso de Rodríguez, a la fuerza creadora del pueblo como base del desarrollo social y de la renovación de la sociedad. Se trataba de un pensamiento retomado, en la práctica por Bolívar, que ya incluía con mucho convencimiento el internacionalismo y la solidaridad como fundamentos de la construcción social, donde la educación, es espacio que unifica la acción intelectual y la manual, sería lo que daría cimiento a la nueva sociedad; es decir, la concepción bolivariano de la moral y las luces como factor de transformación revolucionaria; aspecto que incuestionablemente logra coincidencia absoluta con el marxismo, implicando también una coincidencia científica al menos en estos elementos del pensamiento robinsonianos (por lo de Samuel Róbinson, nombre con el que se conoce también a Simón Rodríguez), que son desarrollados como praxis por el Bolívar Libertador, los cuales, obviamente con todo y la originalidad que ambos Simones le imprimen, no salen de la nada sino de la existencia de un hilo conductor con el pensamiento socialista que toca al maestro en su tránsito por Europa, como con la tradición comunitarista de la América raizal admirada y reivindicada por ambos.

Simón Rodríguez y Gracchus Babeuf, la utopía socialista

Simón Rodríguez tuvo la posibilidad de percibir de cerca el ambiente que rodeaba a los revolucionarios parisinos de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, lo que conduce a afirmar que como estudioso e inquieto pensador tuvo que haber accedido, según lo indica también el contenido mismo de sus planteamientos, a los primeros socialistas franceses y especialmente a los más radicales.


En época en que Rodríguez trasegó por Europa, ya Babeuf, el protagonista de la conjuración de “los iguales”, en su pensamiento incluía el propósito nítido de conducir a Francia hacia el comunismo agrario mediante la dictadura de un gobierno revolucionario. Barbés y Blanquí se siguieron por similares principios que son retomados por Marx y Engels para delinear su idea sobre la “dictadura del proletariado” en el Manifiesto Comunista de 1848. He ahí, entonces, que ese hilo conductor del pensamiento socialista con respecto a Bolívar mediante Simón Rodríguez, es el mismo que con respecto al Marxismo.


Las ideas de Babeuf no desaparecieron con su muerte ocurrida como consecuencia de la terrible represión de 1797, pues sus partidarios se mantuvieron hasta algunos años después de la muerte de Bolívar, y su influjo tiene tal notoriedad que el nombre de Babeuf ameritó mención en el mismo Manifiesto Comunista.


Es la época radiante del babeuvismo coincidente con la etapa que precede la presencia de Rodríguez nuevamente en América, 1823, ya convertido en un auténtico y profundo socialista.


Pero bien, no es extraño que independientemente de que exista o no un contacto de orden intelectual y temporal, cada quien marchando por su lado, los revolucionarios coincidan en sus apreciaciones y propósitos; y cómo no ha de ser así, si lo que les motiva es un sentimiento profundamente humano de amor al pueblo.

Rosa Luxemburgo explicaba que “el socialismo, en cuanto ideal de orden social basado en la igualdad y fraternidad de todos los hombres, ideal de comunidad comunista, tiene más de mil años”; decía que “entre los primeros apóstoles del cristianismo, entre las sectas religiosas de la Edad Media, en las guerras campesinas, el ideal socialista aparecía como la expresión más radical de la revolución contra la sociedad. Pero en cuanto ideal por el cual abogar en todo momento, en cualquier momento histórico, el socialismo era la hermosa visión de unos pocos entusiastas, una fantasía dorada siempre fuera del alcance de la mano, como la imagen etérea de un arco iris en el cielo”. Así entonces, ¿cómo no admitir la posibilidad que en una época de emancipación como la que le tocó vivir a Bolívar no hubiese existido también tal ideal? Pero además, existen las nítidas evidencias de que así fue. Y es que, Precisamente entre 1820 y 1830 el pensamiento socialista tiene notorio impacto representado por tres grandes pensadores de reconocimiento universal: Saint-Simón (1760-1825) y Fourier (1772-1830) en Francia, Owen (1771-1858) en Inglaterra, de quienes aún reconociendo que no esbozaban la determinación de la toma revolucionaria del poder para hacer realidad sus planteamientos, o el establecimiento del socialismo, habría que exaltar su ingente aporte teórico como fundamental para la construcción teórica marxista.

El caso de Gracchus Babeuf es otro asunto; de este revolucionario sí que no se puede decir que no tenía la determinación de la toma del poder. Aquí estamos, indudablemente, frente a un gran ejecutor de la utopía comunista, verdadero pionero de la acción audaz hacia la concreción de lo “imposible”…; un promotor de la realizabilidad del ideal arriesgando hasta la vida en su causa, pleno para el sacrificio como verdadero revolucionario, incluso en un plano que supera el de la “racionalidad” paralizante, siempre en función de superar las injusticias del régimen burgués pero fuera de ese orden, con la construcción de un nuevo orden que planteaba ya establecer una dictadura popular, tal como lo retoman Marx y Engels, medio siglo después de la muerte de Babeuf, en el Manifiesto Comunista.

En Babeuf, “el poder de su crítica y la magia de sus ideales futuristas, las ideas socialistas”, al contrario de lo planteado por la misma Rosa Luxemburgo, es ejemplo que debe calificarse, en su teoría y en su práctica, como muy trascendental. El hecho de que no hubiese logrado las condiciones y el cúmulo de seguidores que le posibilitaran la concreción de sus ideas, o al menos tener una muerte con más que con “un puñado de amigos en la oleada contrarrevolucionaria”, no quiere decir que su rastro como el de la misma heroica Rosa Luxemburgo no logre ser “más que una estela luminosa en las páginas de la historia revolucionaria”. Claro que lo serán, claro que ya lo son y mucho más.

En Cayo Graco Babeuf, pionero combatiente comunista de vanguardia, la acción va en consecuencia con el pensamiento, más allá de que tuviese o no razón en algunas de sus concepciones nodales; pero ese sólo hecho aunado a sus aspiraciones de derrocar las injusticia del orden social existente para sustituirlas por un orden comunista, su utopía, expresada de manera inquebrantable aún frente al tribunal que lo sentencia a muerte, le da la dimensión de imprescindible. Herencia que toma Simón Rodríguez y que, en consecuencia, alimentan al Bolivarismo desde su génesis.

Aunque todos estos esfuerzos no hubiesen logrado el propósito de la instauración del socialismo, sino que como ahora ha ocurrido tras varios experimentos fallidos de “creación socialista”, la dominación capitalista se ensaña de manera más salvaje en la mayor parte del planeta, ni aquellos ni los más recientes intentos se pueden considerar enterrados bajo los escombros humeantes de las barricadas parisinas, ni bajo las ruinas del muro de Berlín, ni bajo la destrucción que dejan los “misiles inteligentes” lanzados por el imperialismo en cada una de sus guerras de recolonización. Es sobre los cimientos de la esperanza hechos perseverancia y resistencia, aún en escombros, aún en ruinas…, que se yergue el ideario de la justicia social del marxismo fortaleciéndose con las nuevas experiencia que ahora tienen la gracia de converger con la potencia que entraña el planteamiento bolivariano, el cual sea dicho de paso, tampoco se puede considerar enterrado bajo la perfidia de la práctica santanderista que ha pretendido no sólo acabar con la imagen del Libertador sino con la posibilidad de su proyecto emancipador…, con su utopía.

La bolivariana utopía marxista ahora

Es innegable que Marx, a partir de un profundo estudio basado en su concepción y método que cimentó con los mejores aportes del pensamiento universal logró auscultar más que cualquier otro en su época, en las leyes de la anarquía capitalista, develando la lógica que indica la factibilidad de la utopía comunista. Marx explicó de manera fundamentada cómo las mismas leyes que regulan la economía del capitalismo preparan su propia caída, en la medida en que su anarquía creciente se hace incompatible con el desenvolvimiento de la sociedad en tanto genera verdaderas crisis políticas y económicas catastróficas que se tornan insostenibles y riesgosas para la existencia misma del género. De tal manera la transición hacia modos de producción conscientemente organizados por la humanidad es lo que garantiza que la sociedad no perezca en las convulsiones incontroladas.

Aun con lo negativo de experiencias socialistas que no fraguaron como alternativa al capitalismo, cada día es más evidente, tal como lo muestra la devastación creciente del planeta generada por el capitalismo depredador, y tal como lo pone de bulto la actual crisis capitalista mundial, que ha llevado a los grandes financistas y adoratrices del libre mercado, a impetrar la intervención del Estado en su auxilio, que la única alternativa es el socialismo y que la utopía comunista se impone como necesidad histórica resultante, además de las propias leyes del desarrollo capitalista.

Sin vacilación, desde el continente de la esperanza, como lo llamara Bolívar, los revolucionarios de la América Nuestra deberemos hacer causa común con los revolucionarios del mundo para dar propulsión, para catalizar todas las potencias de la utopía, retomando la rica herencia de las generaciones de revolucionarios que nos han precedido, ya como bolivarianos, ya como marxista, ya como lo uno y lo otro, haciendo del internacionalismo y la solidaridad fuerza vivificante del accionar en unidad, en la lucha contra las oligarquías y el imperialismo en un ahora impostergable que exige no dar respiro a la reacción, aplicando todas las formas de lucha y medios al alcance, con todo el espíritu de sacrificio aprendido de nuestros próceres, sin importar que nos llamen ya no sólo voluntaristas, putchistas, o aventureros…, sino terroristas en esa misión de “hacer lo imposible”, en esa misión de “tomar el cielo por asalto”, pues no es en el revolucionario la utopía un reposadero para las reflexiones etéreas sino el acicate de la acción, de la praxis plenamente orientada a la toma del poder.

Esta no es la hora de las retiradas ni de las doctas reflexiones acerca de si existe o no la situación revolucionaria, como si la sola especulación inagotable fuera la tarea delegada, como si no hubiese las suficientes condiciones de miseria y de inconformismo que nos puedan impulsar para salir de la sobresaturación de pérfida, explotación y humillaciones imperiales. Como diría Bolívar¬: “esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! ¿300 años de calma no bastan?…”

Qué necesarios, entonces, se hacen los Babeuf que no esperen condiciones sino que se adelanten a ellas; que urgentes son los que se atreven a declaren “la guerra a muerte” contra quienes nos asesinan día a día; qué imprescindibles son aquellos que se deciden a hacer su “Campaña Admirable” pese a todo pronóstico de inviabilidad; qué indispensables son los que eleven su verbo y su acción para gritar el nuevo Manifiesto que nos reitere que se hace apremiante una revolución, que con ella no tendremos nada que perder más que las cadenas, y sí todo un mundo que ganar; que imperioso es mirar hacia la antorcha de la utopía que encendida nos alumbra el sendero de la emancipación.


Aunque, valga decirlo, siempre estarán, de sobra, los que como el señor Dühring o Santader, El señor Bush o Uribe Vélez, cada uno en su época y en su salsa llevando como bandera el mugroso trapo de la contra-revolución, descalificando y persiguiendo a quienes se han atrevido a soñar con “la mayor suma de felicidad posible” para la humanidad. Y, seguramente, no nos llamarán ya “alquimistas sociales”, o “tea de la discordia”, “estúpidos” o “locos”, “charlatanes”, “panfletistas” y “dinosaurios”…, sino “terroristas”, u otra cantidad de denigrantes epítetos inimaginables dentro de ese “florilegio” de insultos, como diría Engels, con los que nos suelen enfrentar en el campo ideológico o con su obscena guerra mediática.


Pero resulta que a pesar de ello, con semejante herencia combativa que significa el marxismo y el bolivarismo, ni siquiera el derrumbe de lo que se llamaba socialismo en algunos países, o lo que se tenía por ello, o las funestas guerras fascistas de los oligarcas de hoy nos convencerán de que es el reino de la explotación y las humillaciones lo que ha de imponérsele al hombre como absoluto. Nuestro leit-motiv es la esperanza así sea que, como escribía Betolt Brecht, “con paso firme se pasee hoy la injusticia y los opresores se dispongan a dominar otros diez mil años más, y con su violencia garanticen que “todo seguirá igual”…, y que entre los oprimidos muchos digan ahora: “Jamás se logrará lo que queremos”.

Con Brecht deberemos volver a decir que:
“Quien aún esté vivo no diga “jamás”.
Lo firme no es firme.
Todo no seguirá igual.
Cuando hayan hablado los que dominan,
hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir “jamás”?
¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.
¡Que se levante aquél que está abatido!
¡Aquel que está perdido, que combata!
¿Quién podrá contener al que conoce su condición?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en hoy mismo.

Y porque la utopía no puede ser quietud, estas no son sólo “puras fantasías”. El desenvolvimiento de la humanidad no puede estar condenado, inevitablemente, a un curso caótico e imprevisible, cruel e injusto… Deberemos continuar la búsqueda de ese anhelado mundo diferente mejor, que nos permita salir de la prehistoria, tal como lo auguraba Marx cuando decía que ello ocurrirá cuando exista sobre la Tierra un régimen social verdaderamente racional, justo y equitativo. Ese es el sueño que debe dar razón de existencia al revolucionario. Ello pudiere parecer “imposible”. Algunos creen, asemejando el concepto a “inútil fantasía”, que soñar con cosas “imposibles” se llama utopía, y pueden tener razón; pero como bolivarianos-marxistas, precisamente eso es lo que nos corresponde, la lucha por lo “imposible” y no por lo que se nos muestre como evidentemente imprescindible para la supervivencia de la especie y alcanzable dentro de un horizonte temporal de la vida; o sea, lo que llaman “realismo”. Nuestro realismo puede ser eso, pero es sobre todos “hacer lo imposible”, además.

Por ello, nunca han de faltar los que ya con las armas en la mano gritemos desde cualquier rincón de la América: ¡aquí estamos!, con la resolución de construir el paraíso aquí en la tierra; los que con la perseverancia indoblegable de combatientes como el Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, Manuel Marulanda Vélez, repitamos su credo de amor por los pobres, multiplicando su voz y sus enseñanzas:


“si nos sacan de la orilla del río, cruzamos hacia la otra orilla del río; si nos sacan de la montaña, escapamos a la otra montaña; si nos sacan de una región, atravesamos el río, atravesamos la montaña y buscamos otra región…”. Acreciendo la experiencia, transformando el principio hasta decir: “si nos sacan de la orilla del río, los estaremos esperando en la otra orilla del río; si nos sacan de la montaña, los estaremos esperando en la otra montaña; si nos sacan de una región, en otra región los estaremos esperando”. Labrando el principio hasta decantarlo en una idea precisa: “Ya no sólo los estaremos esperando en la otra orilla del río, ya no sólo los estaremos esperando en la otra montaña, ya no sólo los estaremos esperando en la otra región. Ahora volveremos a buscarlos en la orilla del río de donde un día nos sacaron, volveremos a buscarlos a la montaña de la cual un día nos sacaron a la huyenda, volveremos a buscarlos en la región que un día nos hicieron correr…”. (Citado por ALAPE, Arturo: Las Vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo. Planeta Editores. 1989, p. 219).

Como en Marulanda, entonces, estará en cada combatiente bolivariano y en el conjunto del ejército insurgente por él forjado, el ideario comunista sobreviviendo, así las muertes de su utopía, como las historias de su propia muerte se escuchen en los confines de la selva y de la montaña.

Ya lo hemos dicho en reiteradas ocasiones, con estas enseñanzas del Héroe Insurgente de la Colombia de Bolívar, expresión eminente de la militancia revolucionaria, que en el caso de las FARC, no nos encontramos ante una construcción donde pueda retozar el “bolivarismo” o el “marxismo” de escritorio, propio de los sapientísimos ideólogos que imponen el oropel del pacifismo y la mansedumbre borreguil de la intelectualidad “postmodernista”. No es el envanecimiento del teoricismo sin compromiso lo que ha forjado Manuel Marulanda Vélez.


Así, con ese carácter de la conciencia marxista, bolivariana, marulandista, llena de utopía, Las FARC-EP frente a ese capitalismo que no obstante estar en crisis cuenta al mismo tiempo con ingente poderío bélico, modestamente perseverarán en no descuidar aquello que la cobardía y el oportunismo de los arrepentidos, reformistas y claudicantes camuflan con retórica pacifista: el aspecto militar de la lucha de clases, que es asunto sobre el que especialmente llaman la atención consecuentemente, siguiendo el camino abierto con toda una vida de dedicación por el comandante Manuel…; en fin, demostrando su pertinencia.


Con sus palabras, entonces, repetiremos con más convicción que nunca que : “Los esfuerzos y sacrificios de Mandos, guerrilleros, guerrilleras, dirigentes del Partido Comunista Clandestino, población civil, caídos en combate y presos en campos y ciudades en acción revolucionaria durante los 43 años de confrontación, le están demostrando a la clase dirigente de los partidos tradicionales y al Estado que la lucha revolucionaria es justa e inaplazable, y por lo tanto imposible de derrotar, como lo han pretendido los anteriores gobiernos y el presente. Teniendo en cuenta que tarde o temprano la única salida que les queda a los gobernantes es la negociación política con la insurgencia, si no quieren perder del todo su privilegio adquirido por muchos años (Manuel Marulanda Vélez. De una Carta a los combatientes. Diciembre de 2007).

Por demás, no creemos ya posible que nos hechicen los sirénicos cantos de los derrotistas corifeos del desarme. Hemos vivido enfrentando cada ofensiva de aniquilamiento del monstruo oligárquico e imperial, y le conocemos sus entrañas; ¡“nuestra honda es la de David”!

Por ahora, entonces, no quedaría más que decir con palabras del inolvidable Julius Fucik contra el fascismo y en nombre de la utopía comunista bolivariana que: “Cuando la lucha es a muerte;/ El fiel resiste;/ El indeciso renuncia;/ El cobarde traiciona…,/ El burgués se desespera,/ Y el héroe combate”.

¡La victoria será nuestra!
Frente al sagrado altar de nuestros muertos, ¡hemos jurado vencer y venceremos!

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Por que Zurdo?

O nome do blog foi inspirado no filme Zurdo de Carlos Salcés, uma película mexicana extraordinária.


Zurdo em espanhol que dizer: esquerda, mão esquerda.
E este blog significa uma postura alternativa as oficiais, as institucionais. Aqui postaremos diversos assuntos como política, cultura, história, filosofia, humor... relacionadas a realidades sem tergiversações como é costume na mídia tradicional.
Teremos uma postura radical diante dos fatos procurando estimular o pensamento crítico. Além da opinião, elabora-se a realidade desvendando os verdadeiros interesses que estão em disputa na sociedade.

Vos abraço com todo o fervor revolucionário

Raoul José Pinto



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