Por
Daniel Samper Pizano
Como dice la informada bitácora ambiental Climate Progress, los ciudadanos que se lanzaron a las calles y arrinconaron a gobiernos autoritarios lo hicieron, primero que todo, porque "estaban furiosos por las alzas brutales en alimentos básicos, como arroz, cereales, aceite de cocina y azúcar".
Ha empezado ya una honda crisis de alimentos que, según expertos, es capaz de incendiar políticamente a medio planeta. En el 2008 la comida, que tres años antes estaba en 115 puntos del índice de precios de la FAO (agencia de la ONU para la alimentación), subió a 210 e incendió a Haití, Somalia y otros países. Los precios actuales superan ya los del 2008 y amenazan con dispararse en el curso de algunos meses.
Lester Brown, autoridad mundial en la materia, augura precios récord para el 2012. Esto significa que el número de hambrientos en el mundo subirá proporcionalmente. Ngozi Okonjo-Iweala, economista nigeriano, calcula que la crisis alimentaria de hace tres años hundió en la pobreza a 64 millones de personas que habían logrado salir de ella.
Varios factores conspiran para que así sea. Principalmente, la falta de agua para riego, que -por ejemplo- disminuyó la cosecha china de trigo en 8 por ciento; también los altos precios del petróleo y de los fertilizantes de él derivados, y los desastres naturales, cada vez más bravos e impredecibles por el cambio climático. El año pasado los incendios arrasaron los campos de cereales rusos, la lluvia destruyó la cosecha de trigo en Canadá y la sequía devastó la de soya en Argentina.
El hecho de que tales calamidades ocurran a miles de kilómetros de Colombia no quiere decir que no nos afecten. Nuestro país importa numerosos cereales, y su escasez en Australia o Ucrania repercute en precios más elevados para el ama de casa de Fusagasugá o Tamalameque. Padecemos un conjunto de males que hizo subir en 4,8 por ciento el precio de la comida en el 2010 y lo trepará a 5,7 este año.
El primer factor es ambiental: el invierno provocó en la Costa y en otros lugares del país una tragedia humanitaria y agrícola sin precedentes.
El segundo es circunstancial: la inseguridad, el deterioro de las vías y sucesos ocasionales como el paro de camioneros encarecen la comida. El tercero es el neoliberalismo, que acabó con la producción agrícola nacional y nos puso en manos de las multinacionales. Resulta deprimente que los descendientes de los chibchas importemos hoy tres cuartas partes del maíz que consumimos y paguemos por ello altos precios.
La crisis de alimentos no es una abstracción económica, sino una realidad que machaca a la población más pobre. Según informe reciente de la FAO, uno de cada cinco colombianos se acuesta con hambre. Son más de ocho millones de compatriotas, en su mayoría desplazados y desempleados, que no tienen qué comer. Algunos viven a tiro de piedra de los restaurantes lujosos de las ciudades. La FAO asegura que en Cazucá (barrio de Soacha, a media hora de Bogotá) hay familias enteras que pasan el día sin probar bocado. Otros habitan extensas zonas famélicas del mapa nacional. El 94 por ciento de los hogares chocoanos integrados por indígenas o afrocolombianos sufre "inseguridad alimentaria severa".
El hambre necesita poco para convertirse en protesta política, como lo demuestra el Medio Oriente. Hace 23 años el precio de la comida provocó la sangrienta revuelta del "caracazo", que cambió la historia de Venezuela. El hambre amenaza hoy a Evo Morales, en Bolivia. Hay que tenerle cuidado al hambre. Esa sí que es revoltosa.
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