Oliver Zamora Oria
La Plaza Tahrir en El Cairo estalló; no en frustración, como sucedía cuando Mubarak juraba ante las cámaras permanecer en Egipto el resto de su vida y en el palacio presidencial hasta las elecciones de septiembre. No, los gritos del once de febrero fueron de alegría, de sueños hechos realidad, de aspiraciones contenidas durante treinta años, cuando el pueblo fue timado una vez más en la historia. El “triunfo” fue popular. Se le reconoce a esas millones de personas apostadas en plazas y calles, que supieron mantener el reclamo de “Fuera Mubarak” a pesar de los anzuelos lanzados por el gobierno para calmar la situación o jugar al desgaste.
Pero bajo el júbilo subyace un peligro casi invisible en las conmovedoras fotos, noticias y crónicas que dieron la vuelta al mundo durante las últimas semanas. El futuro de Egipto no es nítido, muchos intereses están en juego y los desenlaces más probables no son halagüeños para los millones que derrocaron al viejo presidente. El “Rais” se fue, pero quedaron sus colaboradores y beneficiarios, como el ahora negociador, Omar Suleiman, y el G
eneral Tantaui, jefe de la junta militar gobernante en la nación. ¿Cuánto de nuevo pueden ofrecer al pueblo los actuales decisores del futuro del país?
La precaria situación económica de Egipto, detonante real de las protestas, está enquistada en un neoliberalismo intacto, del cual son representantes también las fuerzas políticas que se repartirán el poder. Ese modelo neoliberal llenó los bolsillos de la élite y permitió el control de Estados Unidos en un país clave para sus intereses en el Medio Oriente. Las políticas neoliberales son parte de un proyecto de dominación regional a través de las inversiones y las empresas transnacionales; en momentos de relativa paz, son una estrategia más duradera y eficiente. La fortuna personal de Mubarak asciende a casi 70 mil millones de dólares. Sobre los montos de los quienes aún permanecen… no se habla.
Hasta el viernes 11 el pueblo y los grupos políticos llamados de oposición compartían un mismo objetivo: la renuncia del presidente. Logrado el propósito los intereses se divorcian; el pueblo ve el renacer de un nuevo país con empleos y una vida digna para sus habitantes, mientras la “oposición” ve la posibilidad
de colarse en la vida política. El próximo paso será una transición para negociar influencias y poder a cambio de una alianza estable sin el peligro de las revueltas populares. En ese diálogo los más fuertes son los sectores que estuvieron juntos a Mubarak, Estados Unidos e Israel a lo largo de estos treinta años, y no aquellos que se unieron al pueblo en las concentraciones esperando un futuro de posibilidades políticas.
El guión de esta historia se está escribiendo en Washington desde el inicio de las protestas. La Casa Blanca no tuvo compasión por Mubarak. Obama pedía la transición pacífica, mientras Hillary Clinton clamaba a favor de los manifestantes. La orden para el viejo aliado era abandonar el poder a cambio de protección. Eran tiempos muy diferentes a aquellos en que Obama se deshacía en elogios a Mubarak, como mismo hicieron todos los presidente norteamericanos desde Reagan hasta la actualidad. El futuro le corresponde ahora a los “segundos” de probada fidelidad a Estados Unidos, Israel y las viejas metrópolis europeas, quienes no permitirán afectaciones a sus intereses con gobiernos nacionalistas y populares.
Estimulados por el triunfo del viernes, el país árabe aún arde en llamas. Más de 600 obreros de una empresa de mantenimiento del Canal de Suez están en huelga por un aumento salarial del 15 por ciento, igual al prometido a los funcionarios públicos. Ese enclave es fundamental para la economía egipcia y mundial, aporta a las arcas nacionales casi 5 mil millones de dólares, alrededor de 50 buques atraviesan diariamente la zona y el ocho por ciento del comercio mundial usa esa vía marítima.
Suéz está lejos de de ser un lugar tranquilo, el pasado 28 de enero, los manifestantes quemaron una comisaria y varios comercios. La llama prendió también en el sector textil, uno de los pilares de las exportaciones egipcias. La mayor empresa del sector, con 24 mil empleados, inició este jueves un paro indefinido. En Alejandría, trabajadores de la salud y la educación también se declararon en huelga.
La continuidad de las revueltas prueba que en Egipto, más que una crisis política, lo vivido es la expresión política de una crisis económica. Aún se mantienen apostados en la Plaza Tahrir miles de egipcios y la inestabilidad continuará hasta que no se corrija lo que al parecer no hay intenciones de corregir: el modelo neoliberal y sus consecuencias. La raíz sigue siendo el cuarenta por ciento de pobreza extrema en una sociedad de ochenta millones de habitantes, la mitad de los niños mal nutridos, los sueldos irrisorios y el desempleo.
Para el pueblo hambriento, la caída del viejo mandatario es la primera de una serie de demandas. Mubarak era el mayor símbolo de la corrupción, la represión y la miseria, pero no el problema en sí. La llama aún está prendida.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/opinion/2011/02/14/cayo-mubarak-y-entonces/
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